sábado, septiembre 15, 2012

Roberto Jacoby


La alegría como estrategia[1]



En el norte de la Argentina y en toda la región andina se practica desde hace siglos un ritual de muerte que quizás exista también en otras culturas. Se llama “velorio del angelito” y consiste en una fiesta de alto tenor alcohólico y musical en la que se celebra la muerte de un niño. Esta práctica demuestra que existen diversas formas sociales para elaborar un duelo. Desde épocas muy tempranas observé que algunas formas de resistencia a la dictadura cívico-militar, que se prolongaron durante la década siguiente en la Argentina, tomaban esta característica y las denominé “estrategias de la alegría”.


El tema del cuerpo no es un asunto de mera propagación académica en Argentina. Por desgracia, parece ser de especial pertinencia aquí donde la tortura se convirtió en una profesión y donde se acuñó la expresión “desaparecido”. Las estrategias políticas del gobierno militar habían operado exitosamente sobre los cuerpos a través de la aniquilación, los tormentos, la prisión, el control urbano y los sistemas de información, ya que su meta fue lo que Clausewitz denomina "las fuerzas morales e intelectuales", que suele ser en la guerra el verdadero objetivo para la destrucción de las fuerzas físicas o corporales. En verdad actuaron sobre el estado de ánimo de la población hasta que los impulsos de autonomía se extinguieron casi por completo.

La acción física o celebración conjunta solo se admitió en esos años en la medida en que estuvieran articuladas por el Estado: el mundial de fútbol y la guerra de Malvinas son casos paradigmáticos. Sin embargo, al mismo tiempo se desplegaron al menos dos estrategias nítidas respecto de la cuestión de la recuperación de las potencialidades del cuerpo. La más examinada giró alrededor de la iniciativa de las Madres de Plaza de Mayo y tuvo como objetivos la visibilidad y la historización de los cuerpos ausentes. El no reconocimiento de su status de muertos tiene el sentido de mantener abierta una interrogación y una responsabilidad asignada al Estado, que un duelo hubiera clausurado. El significado y el efecto del movimiento de espera de las Madres alrededor de la Pirámide de Mayo pueden ser leídos muy provechosamente a partir de Masa y Poder de Elías Canetti.

La otra estrategia, cuya eficacia trataré de mostrar en este comentario, nunca es mencionada. Se trata de la estrategia de la alegría. Se originó en el ámbito del rock y comenzó (lo mismo que la de las Madres) durante el gobierno militar. Consistía en desencadenar los cuerpos aterrorizados de la ciudadanía, sobre todo de los jóvenes, que eran las víctimas principales del terrorismo de Estado. Pasar de los cuerpos paralizados a cuerpos en movimiento. Desde el ordenamiento concentracionario (2) al que se había sometido a la ciudad, hacia la posibilidad de ejercer movimientos conducidos por el deseo o el juego, formas íntimas pero no por eso menos significativas de la libertad.

La estrategia de la alegría puede describirse de manera muy simple como el intento de recuperar el estado de ánimo a través de acciones asociadas a la música, hacer de ellas una forma de la resistencia molecular y generar una territorialidad propia, intermitente y difusa.

Los primeros que operan en este sentido visionario son Los Redonditos de Ricota, que lo hacen en una fecha tan temprana como 1977: cambian la disposición física de la platea, la relación entre público y performers, reparten los míticos redonditos (3), se disfrazan y maquillan, etcétera. En entrevistas realizadas en los 80, el cantante Indio Solari (4) enuncia claramente el carácter deliberado de su acción sobre el estado de ánimo.

A partir de 1980, Virus, sus descendientes y grupos que se formaron en paralelo o levemente posteriores, al ritmo de la época, como Los Twist, Las Viudas de Roque Enrol, Los Abuelos de la Nada, las Bay Biscuit, grupos celebratorios como el Ring Club, entre otros, prosiguieron en esa línea.

Desde la prensa y el ambiente rockero clásico se los calificó con frecuencia como fenómenos de "hedonismo" y “superficialidad”, lo cual era exacto y deliberado ya que el hedonismo funcionaba como lo contrario al sufrimiento y la noción de superficie jugaba doblemente como máscara y como piel. Era posible ocultarse y manifestarse tras lo inocuo y tras distintas formas del chiste.

La piel era considerada como territorio de placer y no de tormento. La “superficie” también era lo opuesto al calabozo y la clandestinidad. Es fácil de ver que en el tono moralizante de esas críticas se vertía el puritanismo revolucionario tradicional, mezcla del estalinismo con el ascetismo cristiano y militar, hegemónico tanto dentro de las fuerzas progresistas como de las reaccionarias.

La “estrategia de la alegría” se manifestó en estilos musicales, en las formas de presentación, en las escenografías, vestuarios y maquillajes: el movimiento libre, los juegos con la identidad, la transformación lúdica del entorno. Los cuerpos se reencontraban con la posibilidad de entrar o crear espacios ficcionales, visitar realidades alternas, imaginarias, donde el mundo cristalizado de sentidos únicos y obligatorios quedaba erosionado. El gesto venía retrasado ya que en la Argentina de los 70, la pólvora y la sangre habían opacado las luces de la fiesta, del mismo modo que interrumpieron el movimiento hacia el pansexualismo post-hippie que tuvo efecto en los países del norte.

La importancia otorgada al baile y al movimiento libre o experimental del cuerpo y a las dimensiones lúdicas o carnavalescas del encuentro social prosiguió a fines de los 80 con la apertura de espacios nómades en los barrios, por fuera del circuito de discotecas, donde se conectaron experiencias sociales muy diferentes, que habían permanecido hasta ese entonces compartimentadas (salvo en el ámbito del fútbol y durante el muy breve período del camporismo, donde de todos modos el disciplinamiento de las masas provino de las fuerzas contestatarias).

Pero lo interesante es que esta estrategia tuvo efectos más allá del círculo de productores inmediatos y se realizó en el tiempo. Para las nuevas generaciones fue un punto de partida, muy distinto del vivido en el momento anterior.

Estos dos tipos de acción o estrategias respecto del cuerpo no fueron necesariamente contradictorios. De hecho muchas personas participaron de ambas, pero hubo una cierta ideología que intentó oponerlas y confrontarlas y, por supuesto, muchos más ni siquiera registraron su existencia.

Los grupos de música de los 90 ni siquiera se plantean aquellos antagonismos: la expansión física, la alegría y hasta el desenfreno son vividos como expresiones políticas bastante directas. Han hecho –cada uno a su manera– una especie de mix de todo eso; memoria, liberación corporal y sexual, identidad generacional, uso del cuerpo como soporte de experimentación artística, operaciones comunicacionales, etcétera. Un ejemplo muy contundente es el de HIJOS cuya relación con los grupos queer, en particular las organizaciones de travestis, hubiera sido impensables cinco o diez años atrás.

La estrategia de aniquilación de cuerpos por parte de los aparatos armados del Estado concebía un enemigo multiforme pero único que finalmente terminó fusionado por la historia. De manera imperceptible, lenta pero incuestionable, dos formas de concebir la relación con el cuerpo, vividas inicialmente como contrapuestas por sus protagonistas, se reencontraron en las nuevas generaciones.

En los 90 el tema de la política del cuerpo se torna más complejo a raíz de la centralidad que toma la epidemia de HIV en los discursos sobre el contacto social y las modificaciones en la trama social y urbana.

La década que se inicia en el 2000 aparece marcada por transformaciones en las dimensiones espacio-temporales. Se oye con cierta insistencia el postulado que plantea la oposición entre el espacio de la web, la sensorialidad y el uso de la ciudad, entre los materiales “reales” y la inautenticidad de lo “virtual”. Una vez más, alguna de las formas que toma la actividad juvenil es impugnada a priori a partir de simplificaciones conceptuales.

La lista de cuestiones es larga: la aparición de nuevas identidades de género, las identidades múltiples, fluidas y ficcionales, las conexiones intergeneracionales, la formación de nuevos sujetos colectivos trasnacionales en las redes, las cadenas de solidaridad global, las demandas de localización cultural y comunitaria, etcétera. Lo que quiero decir es que no me parece que el sentido que vaya a tomar el proceso esté ya fijado o determinado sino que va a depender en parte de lo que pensemos y hagamos con él.

  [1] Artículo publicado en revista Zona Erógena, nº 43, Buenos Aires, 2000.

[2] Es Pilar Calveiro en su libro Poder y desaparición (Buenos Aires, Colihue, 1997) quien nombra como “poder concentracionario” las formas que empleó el terrorismo de Estado durante la última dictadura militar para dispersar el terror en la población dentro y fuera de los centros clandestinos de detención. (N. de E.)

[3] Se refiere al reparto entre el público, durante los primeros recitales del grupo, de unos bollos dulces llamados, justamente, “redonditos de ricota”. (N. de E.)

[4] Líder de la banda de rock Los Redonditos de Ricota. (N. de E.)


Fuente: "El deseo nace del derrumbe, Roberto Jacoby, acciones, conceptos, escritos". Ediciones de La Central, Adriana Hidalgo Editora, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Red Conceptualismos del Sur. Febrero 2011. Edición a cargo de Ana Longoni.

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