miércoles, enero 11, 2012

Osvaldo Lamborghini (1940-1985)



M’HIJA
(Fulgurante)


(...) Hace años que no me dejo entrar por la concha, a no ser que me ocurriera muy ebria o muy dormida. Doy el culo, a veces, a algún simpático, o a cualquier manirroto que sostenga durante meses el caballete del alquiler y la transparencia contenida de las botellas: es un caballete frágil. El viento. El viento no sólo lo hace temblar: también lo derrumba. Pero el no poner la argoya, la verdad, apenas si tiene el valor de un túmulo erigido en algún lugar de mi espíritu. Espíritu. Lugar: espíritu que relaciono con las cachas de esmalte saltado que a veces sorprendo en las uñas de mis pies: los días de irritación del píloro y diarrea, ¡esos días!, cuando me baño. En otras ocasiones también me baño. Me gusta que me caguen entre las tetas.
Pienso.
Los cigarrillos se acabaron. Hay que salir a la calle, comprar, hoy que puedo, varios paquetes: recluirme después a pata ancha.
Pienso que si el “hecho artístico” (y no helecho artístico, basta de ikebanas) es el que “sufre” las consecuencias si se lo utiliza como - como - se dice ahora - autopunición, la diacronía (palabra) deja de evocar el suceso más otro suceso, no se dice ahora acontecimiento, sino un margen inmenso, inenarrable: lo que puede ser el sexo, el sexo no puede ser. (...)




SEBREGONDI SE EXCEDE
El Niño Taza

1
LA NOCHE

(...) Tengo miedo: yo quería triunfar, que me aclamaran y aclamaran, tener éxito: del lenguaje, Acl, un artífice: del lenguaje. Y fracasé. Un caracterópata, hasta la locura es demasiado (demasiado buena) para mí: el estilo, opa, el carácter opa -ta, ta- de mi enfermedad, me libra de la psicosis, ni siquiera ese (patético) final. No, nada. Nonadas, en fin: monadas. Una tarde Masotta hizo mi diagnóstico. Estábamos en el hall del Di Tella. Creo que esa vez llegué a irritarlo con mis pavadas, y entonces me dijo: – “En vos, la mala fe es centro de gravedad, derrumbe a tierra. En los escritores verdaderos, en cambio, la mala fe cobra el valor de un útil de trabajo: herramienta cortante, les sirve para punzar la superficie y, al mismo tiempo, no quedar atrapados: pueden infinitamente continuar, desplazarse. ¿Por qué no te vas un poco al carajo?” Avergonzado (pero) sin dejar pasar la oportunidad de reconocer con trampa, le contesté: “– Porque no puedo, no puedo desplazarme, ¿no acabás de decírmelo vos mismo, acaso?” Ahora: pienso que ese día estuvo a punto de pegarme. Lo cierto es que a partir de ese día, de esa tarde, me devolvió en silencio todos los textos que yo le llevaba para leer: ni una palabra. Comprendió que hasta ese mínimo de crédito, Ni Una Palabra, que alguna vez me había otorgado, contribuía al enredo y a la confusión: no sentía, Oscar, ninguna debilidad por los canallas. Prosigo, tanta es mi vanidad que prosigo, en el Cristo, en el Hijo. Estoy en mi, humo, salsa en mi Hum. En este momento finjo escribir para lograr, a cualquier precio, que me publiquen Lamborghini. Me llamo Osvaldo. Puede ser. Puede ser que algún imbécil me escuche (y yo lo escuche), me tome (en serio) y, como se dice ahora, “satisharta y faga mi demanda”. Publico mal y escribo peor, hablo todo el tiempo de mí (Marido). Quien no chupa remeda al chocho, soy el autor (subrayado) de esta sentencia famosa: escobilla y hueso, cagar contra el féretro. Un pliegue más en la falda del estiércol. Sequedad y frigidez, el finadito, Oscar, tenía razón, ¡ja! ¡ja! Me río con una hebra de nicotina entre los labios. Y aquí termina propio mi relato, lo que sigue es un intento embrollado, mellado de explicación: primitivo como el fetiche antiguo, neurasténico, del pie. Sucio, el Pie. (...)


(...) Ellos son los que salvarán a Dios de su pedo irlandés y de las heces polacas: es rico el vodka y hacer sus eses les encanta, lo que no les gusta es trabajar. Quieren destruir el socialismo, ir a misa a chupar: son perros, rabiosos de verdad. Yo estoy aquí, y cuán lejos. Yo.
– Lo real es el lugar donde el mate circula.
tengo igual mi llanto, mi ruegue –ruego, jamás– y mi plegaria cunda: ¡Qué los tanques soviéticos invadan ya! ¡Que arrasen y maten! ¡Que ni las damas se salven! A los niños se los puede respetar (nada de Hitler, basta de giladas) porque son recuperables, los de corta edad, y se los puede sistemáticamente violar, por orden estatal (Campos de Violar), para romperles el copete de entrada, y además: porque están buenos además. Son rubios los polacos, inferiores de raza pero igual blancos, aunque esclavos. Es con cariño digan (lo que digan) como los polacos a la bragueta rusa miran, de soslayo. Para ellos, mamarse una garcha es como un domingo, en familia, tirar el fideo. Sí que soy esquizofrénico. Ese pueblo, es puto ese polaco. El fideo tiran hasta el mango y no es grupo, ni una sola gota desperdician del tuco. Para cagar, se bajan los calzones con ese pretexto. La verdad: tan “católicos” que se dejan incluso por el drepa –y, por la rima, esto: no prohíben el incesto.
Hundimiento indefinido, sin placer ni rebelión, si el inconsciente y la ley son “solidarios” (además de solitarios), el inconsciente es estoico y, la conciencia, hedonista: pretende monopolizar el sentido excluyendo su fundamento, que es la pulsión de muerte. Hundimiento indefinido, sin placer ni rebelión. (...)



Texto: Fragmentos de Osvaldo Lamborghini, Novelas y cuentos I, Editorial Sudamericana, BsAs 2003.

Foto: Ale Pihué

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